Una pesadilla que no olvidar�
Todav�a , bajo esa sensaci�n de certeza que fugazmente nos hacen sentir los sue�os intento, muy aprisa, dejar constancia antes de que la confusi�n u olvido me hagan dudar de la inevitable aventura de anoche..
Todav�a, bajo esa sensaci�n de certeza que fugazmente nos hacen sentir los sue�os intento, muy aprisa, dejar constancia antes de que la confusi�n u olvido me hagan dudar de la inevitable aventura de anoche.
Contra mi voluntad digo, porque los sue�os nos apresan entre sus redes. Se ha escrito extensamente sobre ellos y hasta se dan razones casi irrebatibles de causas. Los simples sucesos, o pensamientos intrascendentes que durante el d�a nos han rondado, los recoge el subsconsciente, y baraj�ndolos, f�brica sin conexi�n, descabelladas situaciones haci�ndonos gozar o sufrir con tremendo realismo.
En fin, no s� el porqu� de esta pesadilla. Como el hombre a todo le busca explicaci�n, dentro de unas horas, cuando acabe estas cuartillas procurar� averiguarlo.
Y sin m�s, paso con el mayor cuidado a recordar lo ocurrido: Viv�a de pronto nada menos que en el a�o dos mil seiscientos, en una ciudad sin nombre pero como los cambios son vertiginosos, y m�s a�n a tan larga distancia, se la distinguir�a por alg�n n�mero; no me fij� bien. Sus edificios eran enormes, alt�simos. El de mi apartamento ten�a nada menos que ciento veinte pisos.
Aquella tarde regresaba del trabajo, -todav�a exist�a tal lastre-, como todas, con id�ntico abatimiento. No sub� al "heliob�s" por variar y perder alg�n tiempo; su gran velocidad engull�a la distancia a mi domicilio.
Prefer�, como otras veces, viajar en la acera rodante. Al haber sitio, ocup� un c�modo asiento. Fui distra�do, mirando los pasajeros de enfrente. Al cabo, me aburr� de tan impecable funcionamiento y del mon�tono pasar de viajeros, sentados con perfecta simetr�a en butacas colocadas en filas de tres. De vez en cuando, me fijaba en los escaparates. Ofrec�an las �ltimas novedades pero no me apeteci� nada.
Puls� el sensor del reposabrazos y un sistema de desplazamiento me dej� suavemente en la acera fija, sin que la rodante interrumpiera la marcha ni un segundo.
Anduve un corto trecho hasta llegar a mi casa.
Me introduje en la ampl�sima entrada; llegu� hasta el fondo y tom� uno de los ascensores normales. Los r�pidos estaban completos; adem�s, aguardaba mucho p�blico. Oprim� el sensor del piso ciento diecinueve. La salida se hallaba enfrente de mi apartamento del que no recuerdo n�mero o distintivo. Gir� en un disco una cifra y la puerta se abri� cerr�ndose por s� sola una vez dentro.
Apenas hab�a mobiliario. Las paredes maestras construidas con material transparente, azulado permit�a ver la calle, no sucediendo as� desde fuera hacia el interior. Apret� un conmutador y autom�ticamente descendieron hasta el pavimento mesa y un c�modo sill�n.
Casi no ten�a apetito. Con gran rapidez, como en todo ocurr�a all�, al presionar la palanca de una despensa oculta y refrigerada, aparecieron diversos alimentos a la temperatura adecuada, seg�n la clase de cada uno de ellos. Tom� algo que he olvidado, (desde luego era en conserva), y pas� acto seguido a lo que pudiera ser un sal�n de reducidas dimensiones.
El d�a anterior empec� un libro.
Estaba encima del cristal rojo de una mesa sostenida desde el techo por una barra de cristal multicolor. En aquel tiempo se le�a menos a�n; lo abr� por la se�al y segu� la lectura. Distra�do, con el sobre las rodillas, vinieron a la mente temas distintos.
Entre ellos, la fortuna de un vecino envidiado por todos. Pose�a lo que nadie en la ciudad: un perro. Cuando lo sacaba esperaba multitud de curiosos y hasta era escoltado por la polic�a.
(segu�a existiendo).
Era riqu�simo, propietario de una casita de sola planta y azotea, peque�o jard�n y piscina. Ocupaba unos quinientos metros cuadrados de valor incalculable -�ah! y con �rboles, platas diversas y flores- El campo la tierra no exist�a como suelo urbano pignorable por su gran escasez.
Las cosas entre las que el hombre hab�a nacido miles de a�os atr�s, desaparecieron; me aburr�a todo aquello. Formaba parte de otro mundo absolutamente concluido hasta los �ltimos detalles: mi escasa inteligencia nada pod�a aportar ni sugerir.
La abulia me estaba poniendo enfermo.
Aquellos seres ya lo estaban mentalmente.
Conversaba muy poco. Sin pretenderlo, algo se deslizaba en nuestras cortas charlas, que, por mi especial situaci�n, hac�a que no me consideraran muy normal.
Hab�a, eso s�, una fiebre desorbitada contra el tiempo, contrincante al que se deb�a vencer por cualquier sistema.
Eran m�s materialistas que los del siglo veintiuno pero desfallec�an por encontrar un �pice de espiritualidad.
Las religiones ya no serv�an...
Ciencia y t�cnica hab�an desvelado misterios y eliminado mitos.
Todas las desgracias estaban superadas y a cubierto. No se conoc�an guerras, gripe, ni enfermedad grave incurable como el c�ncer. Tampoco la angina, derrames, depresiones nerviosas...
El problema de la circulaci�n, nulo. No hab�a coches.
Eran matem�ticos, inteligent�simos, �como las m�quinas!, pero nada humanos.
Exist�a otro mal. S�lo les faltaba conocer a Dios.
Se constru�an naves espaciales para descubrir otras galaxias. Marte, la Luna, J�piter... estos astros eran punto de abastecimiento y descanso de sat�lites artificiales, cohetes y otros artefactos. La criatura se sent�a cada vez m�s infeliz en la Tierra.
Fabricaba otra Babel con materiales fant�sticos.
�Quer�a buscar y conocer a Dios! Cre�a firmemente poder hallarlo gracias a los poderosos medios tan tecnificados de que dispon�a, �qu� locura! Desorientaban las descabelladas noticias ...Pero no tanto como para que -quiz� por lo repetidas en los �ltimos meses- me impidieran disfrutar de un pl�cido sopor, Fui qued�ndome dormido en el t�rmico sill�n. Cay� el libro sobre los pies, calzados con suaves zapatillas y me sobresalt�. Por sentir algo de fr�o y con ojos semicerrados , las manos fueron palpando el aparato calefactor hasta manipular un mando y dejar abierta al m�nimo la admisi�n de energ�a at�mica - la electricidad no se usaba- y entr� en un profundo sue�o.
Ascend�a suavemente; la ciudad, con sus alt�simos rascacielos iba perdi�ndose all� abajo pareciendo un bosque de afiladas p�as que unieran muy aprisa los puntiagudos contornos; segu�a subiendo con una sensaci�n agradabil�sima, con extraordinaria realidad. Experiencia deliciosa.
Pero de pronto, al mirar con atenci�n hacia abajo, observ� mi apartamento abierto: entr� el vecino, -el due�o del perro- y los m�dicos del edificio. Mi cuerpo se hallaba calcinado, hecho un mont�n informe sobre el sill�n.
Mir� a mi alrededor... no vi extremidades...
y me asust�. Pero enseguida comprend� lo sucedido.
Abandon� all� abajo un lastre.
Me acercaba a algo misterioso. El panorama era indescriptible. Fui seren�ndome; pod�a ver, pensar; �la materia no lo era todo! Paz, silencio; colores infinitamente hermosos, como ning�n pincel pudiera crear ni el mejor poeta describir; las nubes eran c�rdenas, amarillas, de p�lido rosa y otras tonalidades ignoradas.
De s�bito se detuvo mi ascensi�n y qued� suspendido, sin ning�n apoyo.
La Tierra era una bolita insignificante, oscura: empezaba a Salir el Sol; una parte brillaba con un chispazo de luz quedando el resto difuminado, entre brumas de delicad�simos tonos. Estuve absorto no s� cu�nto, sin noci�n de tiempo.
Era una paz inmensa: ni deseos ni recuerdos.
Mir� hacia arriba, y a trav�s de viv�simos colores grana, verdinegro, grises perlados, verdes perfectos, vi un destello �nico maravilloso, inenarrable, y me inund� amor, amor infinito, comprensivo, protector... y llor�, llor� de gozo.
De pronto, inexplicablemente, pero con la m�s absoluta certeza comprend� cuanto m�s quisiera aquel destello fulgurante, -como si en un rel�mpago se hubieran fundido todos los colores de la creaci�n. mucho m�s ser�a querido y s�lo disfrutar�a amando. Nadie me quiso tanto, ni habr�a de abandonarme en lo eterno tal estado exultante.
Y sent� amor inacabable, como el descubrimieno de otros universos.
Si no fuera por mi perfecci�n total, hubiera comprendido a los hombresfabricantes de naves.
A�n tiene la almohada huellas de llanto.
L�grimas distintas a todas las conocidas. |